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    Oralidad y transcripción del discurso oral
    Autor: Jorge Bravo ¹
    País: ArgentinaCurriculum: Curriculum

    ¹ Director general del Cuerpo de Taquígrafos del Senado de la Nación Argentina.





    No es la primera vez que se aborda el tema de la oralidad y la escritura o, mejor dicho, de la oralidad y de la transcripción del discurso oral. Por lo tanto, me resultará muy difícil -casi imposible, diría- decir algo nuevo, algo que ya no haya sido dicho o que ya no conozcamos. De allí entonces que estas, mis palabras, no tengan otra aspiración que la de ser un disparador para generar un debate -sin lugar a dudas mucho más enriquecedor que este modesto artículo- que se actualiza día a día con la aparición de nuevos sistemas de registro de la palabra oral.
     
    Hoy no todo se circunscribe a un taquígrafo, un lápiz, un papel y una máquina de escribir. A nosotros nos toca vivir un período de profundos cambios en la forma de desempeño de la profesión, a los que obligatoriamente tenemos que adecuarnos: computadoras cada día más modernas, nuevos sistemas de archivos de información, grabadores -minigrabadores, grabadores digitales-, archivos de sonido, Internet (acceso a libros, revistas, ensayos, conferencias, posibilidad de cotejar citas, consultar diccionarios), máquinas de estenotipia -mecánicas y electrónicas con traducción simultánea-, reconocedores de voz, etcétera.

    Verdaderamente, no imagino hoy un cuerpo de taquígrafos relativamente eficiente que no utilice o que no tienda a utilizar todos o la mayor parte de estos "accesorios" para el cumplimiento de nuestra función.

    Como digo, tenemos la obligación de aprehender -"llegar a conocer"- todas estas herramientas que pueden contribuir a un mejor producto final de la labor del taquígrafo: la versión taquigráfica. Reitero: actualmente el taquígrafo debe estar rodeado de todos los elementos que la técnica pone a su alcance y servirse de ellos.

    No pretendo ahondar en esta cuestión porque escapa -o no tanto- al título del artículo, pero sí quiero recordar que sea cual fuere el método que se utilice, siempre deberá haber -no detrás, sino al frente- un taquígrafo preparado, entrenado, capacitado, con un buen bagaje cultural, ávido de conocimientos y de perfeccionamiento. En este sentido, la exigencia del buen uso del lenguaje y el dominio de reglas gramaticales básicas permanece inalterable y es algo irreemplazable para el correcto cumplimiento de la función.
     
    Como decíamos, los tiempos cambian, la tecnología avanza, pero siempre -al decir de Sarmiento- lo escrito permanece. Y mientras eso ocurra, mientras lo escrito permanezca -en papel, en soportes magnéticos, en Internet, etcétera-, el taquígrafo estará encargado de la transcripción del discurso oral y de dar fe de todo cuanto haya visto y escuchado.

    Transcripción del discurso oral: ¡qué difícil tarea, al menos en muchas oportunidades! A esta altura, no debemos dejar de tener presente que Oralidad y Escritura son dos modos distintos de producción del lenguaje. Cada una tiene sus códigos propios, que hay que respetar; y la Oralidad, en particular, posee características inherentes a su naturaleza que no deben desaparecer -salvo errores groseros- en su versión escrita. La transcripción del discurso oral evoca lo hablado, pero casi nunca es un exacto equivalente de éste.

    Es por todos conocido que el mensaje oral constituye un continuum sonoro que se caracteriza por ser más o menos espontáneo y por fenómenos diversos a los de la producción escrita. Cualquier producción oral es un proceso lineal que se desarrolla en el tiempo, y suele realizarse, a la vez, de manera ininterrumpida y no retroactiva. Al ser el discurso oral una producción espontánea, será el mismo orador quien podrá, con distintas armas de la producción oral, reformular un concepto, rectificarse, corregirse, comenzar de nuevo una frase, correspondiendo al taquígrafo la transcripción más fidedigna posible para una mejor comprensión del texto escrito.

    Ya sabemos que la oralidad no utiliza normas tan exigentes como la escritura, y se vale de gestos, de cambios de entonación, de modulaciones de la voz, de pausas, de falsos comienzos, de vacilaciones, de reformulación de ideas.

    Siempre que abordamos esta cuestión surgen las consiguientes preguntas: ¿Textualidad? ¿Hipertextualidad? ¿Reformulación del discurso oral? ¿Corresponde introducir modificaciones a lo que se ha dicho? ¿Deben realizarse correcciones? ¿De qué tipo? ¿Hasta dónde?

    Los lingüistas suelen hablar de la oralidad -no sin razón- como lo imperfecto; y de la escritura, como un producto más acabado. Pero no por ello los taquígrafos debemos caer en la tentación de transformarnos en escritores: simplemente, tenemos que ser el medio entre el discurso del orador y la versión taquigráfica definitiva. Por eso, debemos limitarnos a traducir la manera ajena de expresarse, "respetuosos de una obra que no nos pertenece" y reflejar lo más fielmente posible el punto de vista del orador, que debe descubrirse en el texto. Y el respeto por él reside no sólo en que se transmita su pensamiento, sino también en el tratamiento lingüístico de esa información.

    En todos los tiempos ha existido una tendencia -equivocada, a mi juicio- de alterar el estilo de cada orador, haciendo alarde de "tener oficio", asimilándolo al estilo del taquígrafo que realiza la traducción, con lo cual se termina en una uniformidad ficticia o inexistente. Hasta se ha llegado a caer en el error -grave error- de "hacer hablar" a un orador con un vocabulario que jamás utiliza. ¡Qué mejor que leer una versión taquigráfica y tener la sensación de que se está escuchando a quien hizo uso de la palabra!

    ¿Textualidad? Sin un cierto grado de textualismo y de respeto al estilo de cada orador, a su idiolecto, no sería posible identificar la "oralidad" de un discurso parlamentario, y mucho menos de un determinado orador. Sabido es que en todo cuerpo colegiado -si nos circunscribimos al ámbito parlamentario- existen buenos, mediocres y malos oradores, ya sea por el contenido de sus discursos, por el manejo del idioma, por la forma ordenada o desordenada de expresar ideas, etcétera. En unos y otros casos, la labor del taquígrafo puede ser más o menos trabajosa, pero debe ser siempre la misma: comprender lo que se dijo -deconstruir el mensaje oral- y transcribirlo -reconstruir el mensaje oral-, para lo cual se requiere un importante conocimiento de la lengua.

    ¿Hipertextualidad? ¿Debe tenderse incluso a una hipertextualidad que muchas veces hace incomprensible la lectura del texto transcripto? ¡Rotundamente, no! Pero sí hay que tratar de ser lo más textual posible -entiéndase esto en sentido amplio-. ¿Tarea simple? ¡Para nada! Ser textual no quiere decir dejar de corregir errores -muy comunes en la producción oral-, sean estos gramaticales, de preposiciones mal utilizadas -"conferencia de medicina", en vez de "conferencia sobre medicina"; "trabajar para el futuro", en lugar de "trabajar por el futuro"-, de falta de concordancia en los tiempos verbales -"si podría, iría", en lugar de "si pudiese, iría”-, de enunciado de fechas equivocadas -"1798", en lugar de "1789", al referirse a la Revolución Francesa-, de repetición de un término en una misma frase -"Considero que el proyecto en consideración", en lugar de, por ejemplo, "Considero que el proyecto en tratamiento"-.

    En fin, son muchos los errores que el taquígrafo tiene la obligación de corregir. Enuncio un par más: el ya famoso dequeísmo y el queísmo -"Creo de que", en lugar de "creo que"; y "a pesar que", en lugar de "a pesar de que"-. Y también he notado que es frecuente escuchar expresiones como: "Es una buena pregunta donde no hay buenas respuestas", o "Pasaremos a ese tema donde apenas terminemos con el tratamiento de este proyecto". Nuestra intuición gramatical nos detiene en busca del por qué de este "donde", de su semántica, de su función dentro del sistema y de la ocurrencia particular. Difícilmente en casos como este podamos recuperar los rasgos primigenios del "donde" locativo. "Donde" ha ido perdiendo su significado y ha ido ingresando en la franja de los elementos puramente funcionales. Yo creo que se ha puesto al lado de los fenómenos tan analizados de "queísmo" y de "dequeísmo" que acabo de mencionar.

    Distinto es el caso de términos o neologismos muy en boga en determinados momentos, que describen cuestiones puntuales relacionadas con situaciones políticas, económicas y sociales muchas veces ocasionales y, por ello mismo, de corta supervivencia que, por lo tanto, no deben ser reemplazados: bancarizar, banelquizar, farandulizar, menemizar, tinellizar, transversalidad política, borocotización, blindaje, megacanje, cacerolazo. Otras palabras son de uso corriente pero tampoco existen en el Diccionario de la RAE , como por ejemplo: "habitacional".

    Imaginemos: ¿de qué otra forma podría transcribirse la siguiente frase: La menemización ha farandulizado la política y ha llevado a la tinellización de la televisión. Pero la sociedad explotó y comenzaron los cacerolazos. Hoy, luego del megacanje, es tiempo de transversalidad política y de afianzamiento de una política para paliar el déficit habitacional".

    El problema que siempre se plantea a los taquígrafos, entonces, es cómo respetar en la mayor medida posible el "texto oral" y volcarlo al "texto escrito" para que sea comprensible. ¡Ciclópea tarea a veces! Afortunadamente, los signos de puntuación son nuestros aliados silenciosos, aunque muchas veces los dejemos de lado. Y no hablo sólo del punto o de la coma, sino de otros, como los signos de admiración y de interrogación -también llamados signos de entonación-, las comillas, los guiones, los corchetes, los puntos suspensivos, dos puntos, etcétera.

    Al decir de José Antonio Millán -creador del Centro Virtual del Instituto Cervantes en Internet-: "¿Para qué sirve la puntuación? Para introducir descansos en el habla, para deshacer ambigüedades, para hacer patente la estructura sintáctica de la oración, para marcar el ritmo y la melodía de la frase, para distinguir sentidos o usos específicos de ciertas palabras (para eso se pueden usar también tipos de letra, como la cursiva), para citar palabras de otro separándolas de las propias, para transmitir estados de ánimo o posturas ante lo que se dice o escribe, para señalar la arquitectura del texto".

    Algo semejante ya fue dicho hace casi quinientos años por Antonio de Nebrija (que escribió la primera Gramática del castellano): "Lo mismo que en la lengua hablada es necesario realizar ciertas pausas distintivas, para que el oyente perciba las distintas partes de la frase y para que el locutor, una vez recuperado el aliento, hable con mayor energía, así, en la escritura, hemos de hacer lo mismo para resolver ambigüedades, por medio de los signos de puntuación".

    Y Jorge Luis Borges, al referirse a la abolición de la puntuación por parte de algunos poetas de vanguardia, dijo: "Hubiera sido más encantador el ensayo de nuevos signos: signos de indecisión, de conmiseración, de ternura, signos de valor psicológico o musical". ¡Cuánto más fácil sería nuestra tarea si se hubiese realizado ese deseo! Pero no ocurrió así y, por lo tanto, debemos manejarnos con los signos de puntuación existentes, que no son pocos.

    Decía, entonces, que la puntuación sirve, entre otros fines, para eliminar ambigüedades, para hacer más claro un párrafo, para separar ideas, para reflejar entonaciones -al decir de Argyle, el cómo se dice es prioritario a lo que se dice.

    Y surge aquí otra razón para la puntuación: hacer que pasajes que admitirían distintas lecturas, se decanten hacia una de ellas. Vemos un par de ejemplos, en los que la ubicación de la "coma" juega un papel determinante:

    Perdón imposible, que cumpla su condena.
    Perdón, imposible que cumpla su condena.

    Los senadores, que deseaban descansar, se retiraron.
    Los senadores que deseaban descansar, se retiraron.

    Una mala puntuación puede desvirtuar por completo lo que se quiso decir.

    Ya dije anteriormente que el discurso oral, por naturaleza, es imperfecto. Así, en algunas ocasiones una frase no es concluida, aunque ello no impida adivinar el significado de lo que se quiso decir. Por ejemplo: "¡Qué útil hubiese sido la presencia del ministro en este recinto! Dijo que iba a venir, pero sin embargo..." ¿No queda claro que el ministro no se hizo presente? Absolutamente claro. ¿Por qué, entonces, el taquígrafo debería escribir: "pero sin embargo no vino", cuando los puntos suspensivos acuden en nuestra ayuda y lo dan a entender y se refleja lo que el orador realmente dijo?

    Por otro lado, ¿el orador formula una pregunta o plantea incredulidad, duda, extrañeza...? Ahí tenemos a nuestra disposición el signo de pregunta.

    ¿El orador manifiesta enojo, insulto, ruego, orden, afirmación enfática, deseo, súplica, alegría, sorpresa, compasión, dolor, admiración (todos sentimientos que se alejan del tono neutro del discurso), o simplemente ha elevado el tono de voz? El signo de admiración espera que lo usemos.

    ¿El orador hace una cita o utiliza una palabra y le da un significado distinto al que tiene normalmente? Allí están las comillas...

    ¿El orador, utilizando el modo de pronunciación en algunas regiones -sobre todo del Noroeste de la Argentina- dice: "Se fueron pa'l pueblo"? Podemos usar apóstrofo, coma elevada o coma volante, y respetar ese particular estilo, que se perdería por completo si se transcribiese "Se fueron para el pueblo", o directamente "se fueron al pueblo".

    Como vemos, la simple utilización de los signos de puntuación -he planteado solamente algunos para no agotar la atención de los colegas- permite, en la mayoría de los casos, hacer más clara la comprensión del texto.

    Por último, la oralidad también se vale de gestos, cuyo significado debe intentarse que quede registrado en la transcripción. Se trata de la comunicación no verbal, estudiada fundamentalmente por el sociólogo Ray Birdwhistell. Por ejemplo, al decir que "no" con la mano a un pedido de interrupción mientras se continua hablando; o al exhibir un documento y mostrarlo diciendo: "¡Vean esto! ¡Aquí se hace una denuncia muy grave!" -en este caso, entre paréntesis, puede dejarse registrado "exhibe una hoja"-.

    En resumen, debemos escribir lo dicho por otro y, consecuentemente, respetar su estilo, a quien le corresponderá solamente el mérito o el demérito de lo que ha dicho. A nosotros, como taquígrafos "solamente" nos corresponderá el mérito o el demérito de haber sido los más fieles transcriptores de su pensamiento y de sus dichos -lo que a veces incluye lo dicho y lo no dicho oralmente-.

    En efecto, hoy nuestra función, cuando "ya no somos propietarios exclusivos del registro de la palabra", es reflejar fielmente lo dicho y lo visto introduciendo solamente los cambios o retoques indispensables en todo discurso oral, pero en su justa medida y sin excesos, eliminando únicamente vacilaciones, repeticiones, elementos o enumeraciones que no hacen avanzar el discurso y son exasperantes en la lectura, si se presentan tal como fueron pronunciados.

    Esa es la tarea que debemos acometer, para lo cual tenemos que estar preparados técnica e intelectualmente, con la obligación de profundizar el conocimiento de las normativas de la lengua y de utilizar todo material de consulta que, hoy más que nunca, está al alcance de todos. De esa forma, se evitará que la falta de rigor en el ejercicio de nuestra profesión conduzca irremediablemente a su paulatino deterioro y desprestigio.

    Asimismo, debemos estar abiertos a todo lo nuevo, a los distintos adelantos que contribuyan al desarrollo de la profesión. No hacerlo sería de miopes y de necios, y significaría atentar contra nuestra profesión: llevaría inexorablemente a su paulatino deterioro y desprestigio. Seamos conscientes de nuestras responsabilidades en el mundo de hoy, tan competitivo. No olvidemos que el lugar que no sepamos ocupar nosotros será ocupado por otros. Sigamos la evolución sin miedos. Sólo con el miedo de no hacerlo y perder.

    Actualmente no somos los únicos "registradores" de debates. No obstante, sí somos los primeros a los que se recurre durante el desarrollo de una sesión. Y cuando se trata de registrar, debemos concentrar la atención en nuestros oídos:

    "Se puede ver cómo va el mundo sin tener ojos: mira con los oídos"
    Shakespeare y Crystal

    Pero también en lo que vemos: la comunicación no verbal puede imponerse a la palabra. Según Ray Birdwhistell, quien se centró más en el estudio de la kinésica que en el del paralenguaje, estos conforman un ente unívoco e inseparable.

    De ahí que algunas veces debamos dejar constancia de ciertos gestos, cuando mediante ellos se busca comunicar algo en reemplazo de las palabras. Incluso, porque pueden generar una respuesta o alusión, así como registramos aquellas situaciones que cambian el contexto -cambio de autoridades, retiro de un bloque político del recinto, etcétera). Pero no todo: si alguien pide una interrupción solo para solicitar al secretario anotarse en la lista de oradores, conviene dejar constancia de tal pedido, pero sin interrumpir el discurso de quien está haciendo uso de la palabra. La vista y el oído atentos más el sentido común nos indicará qué registrar.

    - ¿Está de acuerdo, señor concejal?
    - Y... (Haciendo un gesto con la mano de "más o menos").
    - Si quieren volver a la situación de 2001... (Haciendo el gesto de "cierren la boca").

    Asimismo, hay que tener en cuenta el idiolecto, que se define como el conjunto de rasgos propios de la forma de expresarse de cada individuo; el aformismo (dime cómo hablas y te diré quién eres).

    Veamos un caso de corrección de errores que se impone, al doscientos por ciento:

    - Voy a decir dos palabras: 1798. (Ni dos ni palabras).

    Sin embargo, respeto por las expresiones, aunque estas sean dichas con vocablos inexistentes o rimbombantes:

    "No se puede hipotizar lo futurible". (Por "no se puede adivinar el porvenir").

    Por otro lado, con respecto a la claridad para la comprensión del texto, es fundamental el dominio en el uso de los signos de puntuación: oraciones idénticas, con distinta puntuación, pueden tener significados diferentes.

    No sé; sí, iré.
    No sé si iré.

    Si es cierto, me voy del recinto.
    Sí, es cierto, me voy del recinto.

    No irá sólo a Madrid.
    No, irá solo a Madrid.

    Tampoco hay que "sembrar de comas" un texto, como dice María Moliner; aunque en general, cuanto más larga es la oración, más signos contendrá.

    Y tener en cuenta que el signo de admiración puede representar cosas muy disímiles: respeto, advertencia, insulto, ruego, orden, afirmación enfática, deseo, súplica, alegría, sorpresa, compasión, ira... A buen entendedor...

    Por eso, el mejor elogio que puede recibir un taquígrafo es "Leí la versión taquigráfica y tuve la sensación de estar escuchando nuevamente el discurso".



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    Total comments: 3
    1 mirta guillermina condori  
    0
    FELICITACIONES!! Me sirven de mucho en el Concejo Deliberante donde trabajo. Una consulta: cuando hay agravios, insultos entre los parlamentarios de distintas bancadas, fuera del micrófono, sin que se le haya dado la palabra, se transcriben en una versión taquigráfica?

    2 Nicolás Marino  
    0
    Hola, Mirta. Mi opinión es que transcribir insultos, agravios o manifestaciones fuera del micrófono dependerá de la interpretación que el taquígrafo haga de aquellas. Es decir, deberá evaluar si son manifestaciones espontáneas (por eso no usa el micrófono) y públicas (habló para todos).

    3 mirta guillermina condori  
    0
    Gracias, por responder. Y,... si, además el concejal aludido le respondió, pero a él si le dio la palabra el Presidente. Ahora, dice esta concejal que en ningún momento dijo esos agravios.

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