Reflexiones sobre velocidad y perfección en taquigrafía y estenotipia
Autor: Javier Núñez Hidalgo
País: Espanha
Curriculum:
RESUMEN
A las dificultades propias de todo aprendizaje el alumno de taquigrafía
debe enfrentarse actualmente a nuevos problemas, como la inexistencia
generalizada de una enseñanza reglada, lo que ha posibilitado el
intrusismo en la docencia y la proliferación de ideas claramente
equivocadas sobre esta profesión. Frente al rigor en la enseñanza se
venden objetivos a corto plazo imposibles de conseguir, lo que genera en
el alumno una gran frustración que, en gran medida, le llevarán a
abandonar su aprendizaje. Ser taquígrafo-estenotipista requiere una
especialización que inevitablemente se va a traducir en años de
formación, pero es justamente esa formación altamente cualificada la que
le permitirá conseguir un buen desarrollo profesional.
El presente artículo trata, desde la
humildad, de luchar contra esta ignorancia y hacer ver a quienes tienen
interés en aprender taquigrafía o estenotipia que estas técnicas
requieren tiempo y un trabajo muy meticuloso porque, de lo contrario,
todos los esfuerzos serán baldíos. Se trata de exponer someramente cómo
debe ser el entrenamiento de un futuro taquígrafo, para lo que me he
basado en mi experiencia y en las aportaciones que me han hecho mis
alumnos. Así, tras años de práctica y de docencia he llegado a la
conclusión, como expondré más adelante, de que práctica sin técnica es
sinónimo de fracaso, es decir, sin un método apropiado y un
entrenamiento sistemático será imposible alcanzar los logros que nos
proponemos.
1. INTRODUCCIÓN
Hace ya bastantes años, sentado
enfrente de mi pequeña máquina de escribir, me quedé reflexionando sobre
por qué no alcanzaba más velocidad mecanográfica y, sobre todo, por qué
cometía tantos errores. Planteada esta cuestión a la que entonces era
mi profesora, simplemente me contestó: "Debes practicar más y
concentrarte mucho". La verdad es que esta contestación no me pareció
muy acertada. Algo en mi interior me impulsaba a acelerar mi ritmo
mecanográfico, hasta el punto de ver mis dedos "revolotear" por el
teclado a gran velocidad, con mucho movimiento pero sin ninguna técnica.
Algo no iba bien: practicaba, me concentraba (siguiendo los dictados de
mi profesora), pero había un claro desfase entre mi dedicación, mis
movimientos acelerados y alocados y mis resultados. Tras años de estudio
sobre esta cuestión pensé que había llegado al máximo rendimiento
mecanográfico del que era capaz, y fue en ese instante en el que el azar
me llevó a leer la siguiente frase: "la velocidad mecanográfica no es
el resultado de la mayor o menor rapidez o esfuerzo de los dedos, sino
de aprovechar todos los movimientos sin pérdida de tiempo en nuestro
trabajo". Cuando por fin pude hablar con el autor de esta frase (y sobre
todo cuando por fin pude verle mecanografiar) me di perfecta cuenta de
dónde había estado mi error y cuál era el camino que sin duda me
conduciría hacia la velocidad y la perfección en mecanografía; camino
duro y laborioso pero, sin duda, tremendamente apasionante.
¿Y por qué referirme a la mecanografía
en una revista de ámbito taquigráfico? Simplemente porque ese camino,
como después pude comprobar, es el mismo que tuve que recorrer para
alcanzar en estenotipia ambas metas, velocidad y perfección; camino que
después de muchos años de enseñanza, como me han demostrado mis alumnos,
es común para todo aquel que pretenda alcanzar también cotas
importantes en taquigrafía.
Además, ¿no están íntimamente ligadas
la taquigrafía y la mecanografía? Personalmente, en mi jornada laboral,
aun siendo estenotipista, dedico muchas más horas a la mecanografía, y
es justamente una buena mecanografía la que me permite disponer de
tiempo suficiente entre turno y turno para redactar correctamente (es
decir, para aquello que constituye la esencia del taquígrafo
parlamentario) y entregar un trabajo de calidad sin la presión de tener
que volver a sala sin haber entregado mi trabajo anterior (¡seguro que
los taquígrafos parlamentarios me entienden perfectamente!). No
obstante, en mis reflexiones me centraré más sobre cuestiones
taquigráficas, dejando para otra ocasión, si es posible, un análisis más
detallado sobre la velocidad y la perfección en mecanografía.
Por último, quisiera hacer dos
puntualizaciones. En primer lugar, que todo lo expresado en este
artículo en relación con la taquigrafía ha de entenderse extensivo a la
estenotipia y viceversa. Mi objetivo es exponer un sistema de
entrenamiento y reflexionar sobre la capacidad de una persona para
alcanzar velocidad y perfección en estas materias, algo que, desde mi
punto de vista, es común para un taquígrafo y para un estenotipista. Es
decir, no pretendo analizar metodológicamente cada sistema taquigráfico o
discutir sobre la bondad o no de la estenotipia respecto de la
taquigrafía o a la inversa (debate estéril que a nada conduciría).
En segundo lugar, que el objeto de
estas reflexiones se limita a velocidad y perfección, es decir, no se
aborda todo lo concerniente a la redacción y elaboración de un diario de
sesiones, materia que por sí sola requiere un análisis específico.
2. OBJETIVO: VELOCIDAD Y PERFECCIÓN
Conseguir velocidad y perfección en
nuestra profesión exige prestar atención a varios factores, ya que no
hacerlo así en una actividad tan especializada como esta puede
conducirnos al más absoluto de los fracasos. Hoy día el error más
frecuente entre aquellos que deciden estudiar estas técnicas es querer
alcanzar resultados óptimos en un breve período de tiempo pensando que
simplemente con práctica alcanzarán sus objetivos. Buena prueba de ello
son los foros taquígrafos existentes en Internet, donde uno puede leer
que un método se puede aprender en medio día (¡es decir, ya no en un día
entero, que sería demasiado, sino en medio día!), o que una persona
diestra en el lenguaje de los SMS telefónicos puede seguir un discurso
parlamentario. En ocasiones ha habido personas que me han pedido que les
enseñe estenotipia a través del correo electrónico, o me han preguntado
que si pueden convertirse en taquígrafos parlamentarios practicando los
fines de semana. Contra este desconocimiento, evidentemente, hay que
hacer un gran esfuerzo divulgativo de una actividad que necesita del
apoyo de todos sus profesionales.
En consecuencia, las siguientes
reflexiones tratarán, entre otros objetivos, de informar a aquellos que
quieran iniciarse en el aprendizaje de estas técnicas, de manera que
sepan perfectamente a qué se enfrentan. Analicemos, en definitiva, cada
uno de los factores que influyen en la adquisición de velocidad y
perfección taquigráficas.
2.1. Método
Quien decide aprender taquigrafía
necesariamente deberá elegir uno de los diversos métodos existentes a su
alcance, y posiblemente sin que esa persona lo sepa estará adoptando
una decisión que condicionará su progreso en esta profesión. ¿Cuántos
alumnos de taquigrafía, potencialmente buenos profesionales, han
fracasado en su intento por culpa del método elegido? Lógicamente, no es
este el momento para analizar la idoneidad o no de cada manual
taquigráfico. Baste señalar que una decisión equivocada en este sentido
impedirá al futuro taquígrafo alcanzar los objetivos aquí expuestos
aunque tenga a su lado al mejor profesor, practique continuamente y
tenga la mejor disposición tanto física como mentalmente. El alumno
deber ser consciente de que práctica no es sinónimo de éxito. La
práctica por sí sola puede ser sinónimo de frustración si no va
acompañada de una técnica adecuada y un entrenamiento específico, y esto
solo lo puede inculcar un profesor con la suficiente formación y
experiencia. (Recomiendo la lectura de la novela autobiográfica de
Charles Dickens titulada "David Copperfield", en la que relata cómo
aprendió el arte de la taquigrafía.)
2.2. Profesorado
Bien, ya hemos elegido un buen método.
Ahora viene el segundo paso: nuestro profesor. ¿Estará suficientemente
capacitado para enseñar lo que de él se espera? ¿Qué organismo ha
acreditado que esa persona está realmente cualificada para dar clases?
Creo que es de todos conocido el intrusismo y la falta de
profesionalidad de muchos docentes que, sin ningún escrúpulo y con meras
nociones teóricas, asumen la responsabilidad de jugar con el destino de
muchos alumnos sin pararse a pensar en el daño tan enorme que les van a
provocar. Contra esta lacra ya avisaba a principios del siglo XIX el
insigne inventor de la taquigrafía española, don Francisco de Paula
Martí, quien en taquigrafía española, don Francisco de Paula Martí,
quien en uno de sus libros prevenía al alumno frente al riesgo de caer
en manos de docentes inexpertos y faltos de preparación.
Para el alumno el profesor debe ser
siempre un referente y un ejemplo a seguir. La docencia implica enseñar
al aprendiz a amar la materia impartida, a respetarla, a implicar al
alumno en su propio aprendizaje desde la responsabilidad, no desde la
anarquía; desde la confianza y la entrega, no desde el puro
mercantilismo; desde la empatía y la complicidad, y no, en definitiva,
desde la frialdad y la lejanía. Estos objetivos, evidentemente, no son
fáciles de conseguir, pero puedo afirmar que su consecución constituye
uno de los componentes más gratificantes para todo aquel que se dedica a
la enseñanza.
El profesor comprometido sabe
anticiparse al estado psíquico de sus alumnos, lo que le permite
servirles de apoyo cuando la voluntad flaquee. El docente, que ha pasado
ya por la experiencia, sabe que el alumno dudará en muchas ocasiones
sobre su futuro, y es justamente en esos momentos cuando más necesita de
alguien que le escuche y le anime. Considero que saber hacer este
trabajo es tan importante como tener una gran capacidad para enseñar
taquigrafía.
2.3. Condiciones personales
Hasta ahora tenemos un buen método y un
mejor profesor pero, ¿qué ocurre con el alumno? ¿Son todos capaces de
adquirir velocidad y perfección? Evidentemente no. El alumno de
taquigrafía debe reunir ciertas características indispensables para toda
actividad profesional, quizá más en esta, en la que el entrenamiento es
muy exigente. La voluntad, la capacidad de trabajo y la perseverancia
no han de tener límite ya que, en caso contrario, el alumno estará
condenado al fracaso.
En muchas ocasiones ocurre que el
alumno, llevado por la novedad, pone mucho interés en las primeras fases
del aprendizaje, donde los avances son constantes y, consecuentemente,
se traducen en una práctica gratificante. Sin embargo, pronto llegará a
períodos en los que la progresión se ralentiza o incluso desaparece, por
lo que uno cree haber llegado al máximo de sus posibilidades. Es en
estas fases, sumamente frecuentes, donde se producen los abandonos,
siendo necesaria una gran voluntad para no caer en la desesperanza y
confiar en el trabajo diario. ¡Y qué importante es aquí contar con un
profesor especializado que sepa entender al alumno y animarle a seguir
por el camino adecuado!
Mi experiencia docente me ha demostrado
que cualquier alumno, incluso aquellos con una condición personal poco
proclive al aprendizaje de estas técnicas, es capaz de alcanzar un
mínimo de velocidad taquigráfica (entre 100 y 120 palabras por minuto).
Ahora bien, ¿qué ocurre a partir de esa velocidad? Alcanzar velocidades
superiores requiere un alto grado de automatismo (luego incidiré en esta
materia), y justamente este concepto, el automatismo (es decir,
taquigrafiar sin pensar), es el que determina quién logrará ser un buen
taquígrafo y quién no, ya que no todos los alumnos están capacitados
para dar ese paso y alcanzar altas velocidades.
Estudios realizados por eminentes
taquígrafos coinciden en situar la velocidad de automatización
(lógicamente dependerá en gran medida del orador y de la naturaleza del
discurso) entre las 130 y las 140 palabras por minuto, y de la misma
manera que no todos estamos capacitados para correr un maratón en menos
de dos horas y media aunque entrenásemos muchísimo y tuviéramos al mejor
preparador del mundo, no todos los alumnos de taquigrafía pasarán de
esa velocidad aunque practiquen continuamente, dispongan del mejor
método y tengan a su disposición al profesor más experimentado. Y es que
si su condición personal no es apropiada, todos nuestros esfuerzos
serán en vano. Lo lamentable es que darse cuenta de esto es difícil
hasta que el alumno no se enfrenta a esas velocidades, aunque un
profesor experimentado siempre podrá intuir la mayor o menor facilidad
del alumno para alcanzar grandes objetivos.
2.4. Condición psicológica del
taquígrafo-estenotipista
¿Qué mecanismo opera en el taquígrafo
para, inmediatamente después de escuchar una palabra, ser capaz de
pasarla a papel? Una vez que el orador hace uso de la palabra, el
taquígrafo la recibe oralmente y debe formarse una imagen mental del
signo que debe dibujar, aplicando para ello las reglas metodológicas que
previamente ha aprendido. Finalmente, dará orden a la mano para
ejecutar con precisión el dibujo que mentalmente se ha representado (más
adelante insistiré de nuevo sobre esta idea). Y es justamente este
proceso mental el que debemos estudiar porque es en él donde radica la
velocidad taquigráfica, es decir, la velocidad no depende tanto del
esfuerzo muscular que desarrollamos o, dicho de otro modo, de la mayor o
menor rapidez de nuestra mano al ejecutar un signo, sino de la facultad
del taquígrafo para asimilarse la voz del orador y, mediante el
automatismo, eliminar de su conciencia la necesidad, traducida en
tiempo, que significa recordar el método, aplicarlo a la palabra en
cuestión, desbrozarla en prefijos, terminaciones y demás recursos
taquigráficos, unirlos y dar la orden a la mano para ejecutar la acción
de dibujar el correspondiente signo. Como bien sabréis, este es el
proceso de todo principiante, cuya toma taquigráfica es lenta,
vacilante, a impulsos, dubitativa, porque continuamente necesita de su
memoria para recordar un signo o aplicar su método correctamente. En
cambio, el taquígrafo veloz es capaz de escuchar el discurso y, habiendo
eliminado de su conciencia la atención que requiere la aplicación de su
método taquigráfico, es capaz de dibujar los signos taquigráficos como
un autómata, al ritmo del orador, sintiéndose cómplice de él, sin
acelerar o frenar sus impulsos por culpa de una duda metodológica o una
distracción impropia de su profesionalidad. En palabras del ilustre
taquígrafo don Ricardo Caballero, "la personalidad del taquígrafo tiene
que desdoblarse obrando en él, simultáneamente, una inteligencia que
razona para asimilarse el pensamiento del orador y por debajo un
autómata que escribe". De esta forma, haciendo desaparecer casi
completamente en nosotros el trabajo de la escritura (el automatismo nos
libra de esta necesidad material), podremos fijar la atención en el
objeto del discurso, en la marcha general de la discusión, en las
interrupciones, en los movimientos, por lo que tendremos tiempo para oír
o, más bien, escuchar, ver y comprender lo que acontece a nuestro
alrededor. En definitiva, nos habremos convertido en auténticos
profesionales.
2.5. Recorrer el camino
Llegados a este punto ya contamos con
un buen método, un magnífico profesor, tenemos unas condiciones
personales adecuadas y nuestra condición psicológica es apropiada. ¿Qué
nos queda? Simplemente, trabajar. Por lo tanto, ¡manos a la obra!
El aprendizaje de la taquigrafía es
siempre lento y penoso, por lo que exige un esfuerzo paciente y
continuado. Una vez asimilado el método taquigráfico, el alumno deberá
perseverar en busca de la velocidad y la perfección, características
que, al menos al principio, deberán acompañarle simultáneamente, sin dar
más prioridad a una que a otra (incluso en caso de conflicto opino que
en esta fase la perfección debe primar sobre la velocidad).
2.5.1. La copia
Al principio, inmediatamente después de
terminado el método, el alumno debe hacer ejercicios específicos de
copia de textos facilitados por el profesor que le permitan afianzar y
asegurar la aplicación de dicho método. En esta fase el alumno debe
fijar su atención en la aplicación correcta del método,
independientemente de la velocidad. Aquí la perfección juega un papel
importantísimo, de manera que los ejercicios de copia no deben limitarse
a una tarea rutinaria por parte del alumno, sino que debe esforzarse en
leer y traducir sus ejercicios y analizar concienzudamente su
taquigrafía en busca del más mínimo error. Si este se produce, debe
estudiarlo y preguntarse por qué, de manera que pueda subsanarlo cuanto
antes. No hay que olvidar que el aprendiz anhela llegar cuanto antes a
la velocidad y, por instinto, provoca una aceleración de los movimientos
de la mano, es decir, antes de tener velocidad se forja la ilusión de
poseerla provocando movimientos desordenados que le llevarán a deformar
sus signos. El alumno, en lugar de detenerse en cada trazo defectuoso y
estudiarlo metódicamente, puede caer en la tentación de entender la
deformación de los signos como algo inherente a la velocidad
taquigráfica, y nada más lejos de la realidad. Es aquí donde el profesor
juega un papel importantísimo, ya que debe avisar a sus alumnos del
riesgo que corren en vez de aconsejarles, como hacen muchos, que se
habitúen a la deformación de la escritura taquigráfica.
2.5.2. El dictado
Una vez ejercitado el alumno con la
copia metódica de ejercicios facilitados expresamente por su profesor,
habremos conseguido una primera toma de contacto con la aplicación real
del método taquigráfico aprendido. Acto seguido, es conveniente
acostumbrar al alumno a la voz, al dictado. En esta fase la velocidad
sigue siendo un complemento de la perfección, siendo esta la
verdaderamente importante. Es la persona que dicta quien debe acompasar
su ritmo al alumno, y no a la inversa. Cierto es que al principio
cualquier dictado, por lento que sea, es siempre demasiado rápido, pero
justamente por eso la velocidad ocupa aquí un lugar secundario. Lo
importante para el alumno es verificar la aplicación correcta de su
método a la palabra no ya leída, sino escuchada. Para ello deberá leer
sus signos y corroborar su perfecta sintonía con lo dictado. Este
ejercicio es más importante de lo que en principio puede parecer, ya que
al ver un signo taquigráfico automáticamente lo estamos asociando a una
palabra, es decir, a un sonido, a la fonética del idioma, práctica que
sin duda potenciará la velocidad taquigráfica y la celeridad con que
esta se adquiere. Conclusión: el alumno no debe limitarse a copiar y a
seguir un dictado, por lento que este sea, sino que también debe
esforzarse por leer todos los días su taquigrafía tanto para detectar
errores y poder así corregirlos como para asociar a los distintos
sonidos los signos taquígrafos correspondientes, de manera que en el
futuro, al escuchar esos sonidos, surja en él, de forma veloz y
perfecta, el reflejo taquigráfico apropiado porque también visualmente,
gracias a la lectura, ha ejercitado el automatismo.
2.5.3. El automatismo
De lo expuesto hasta ahora se deduce
que el alumno, una vez aprendido el método taquigráfico, ha dedicado su
entrenamiento a la copia de textos y al seguimiento taquigráfico de
dictados expresamente preparados por su profesor, leyendo continuamente
sus signos y verificando la aplicación perfecta de su método. En esta
fase, como se ha expuesto, ha primado la perfección sobre la velocidad,
es decir, se han sentado las bases para convertir a un aprendiz en un
profesional.
¿Qué proceso opera en el alumno en la
fase de dictado? Analicémoslo.
a) En primer lugar, el alumno escucha
la palabra dictada, es decir, tiene lugar en él una percepción auditiva
de aquello que su profesor le acaba de decir. b) A continuación, el alumno analiza
esa palabra y aplica su método taquigráfico, descomponiéndola en los
diferentes sonidos que posteriormente deberá representar. c) En tercer lugar, debe recordar y
elegir los trazos taquigráficos asociados a los sonidos en que acaba de
descomponer la palabra oída. d) En cuarto lugar, deberá enlazar y
combinar esos signos taquigráficos adecuadamente. e) En quinto lugar, deberá formarse una
imagen visual del conjunto del monograma que deberá dibujar. f) Finalmente, dará orden a su mano
para dibujar la imagen que previamente se ha representado.
Obvia indicar que este proceso podrá
ser perfecto, pero será extremadamente lento en su ejecución. En
consecuencia, corresponde ahora potenciar la velocidad mediante la
repetición.
Si un alumno repite varias veces un
dictado comprobará que varias de las fases anteriormente expuestas
habrán desaparecido y, consecuentemente, habrá ganado en velocidad, es
decir, habrá ejecutado el dictado más deprisa. Así, después de una serie
de repeticiones ya no le será preciso analizar las palabras y
descomponerlas en sonidos (fase b). Tampoco le será preciso recordar los
trazos taquigráficos y enlazarlos porque la repetición del dictado le
ha hecho prescindir de estas operaciones (fases c y d). Por tanto, tras
varias repeticiones el alumno percibe la sensación auditiva (fase a) y
automáticamente surge en él la imagen visual necesaria (fase e), por lo
que simplemente debe dar la orden física de dibujar esa imagen (fase f).
De esta forma hemos conseguido, sin
perder perfección, aumentar velocidad. Pero esto no es suficiente. La
práctica continua mediante un entrenamiento apropiado nos permitirá
incluso suprimir la fase e), es decir, la formación de la imagen visual
asociada a la palabra, de manera que inmediatamente después de escuchada
la mano estará ya dibujando el signo taquigráfico apropiado (fase f).
En este momento habremos conseguido el automatismo preciso y, en
consecuencia, nuestro objetivo de velocidad, que definitivamente vendrá
dada por nuestra capacidad de entrenamiento y nuestra perseverancia.
En mis clases, al hablar de
automatismo, suelo apelar al ejemplo del conductor. Cuando acudimos a la
autoescuela y comenzamos las clases nos mostramos dubitativos y
necesitamos pensar cada uno de nuestros movimientos al volante, lo que
nos hace ser muy lentos. Sin embargo, a medida que practicamos bajo las
directrices de nuestro profesor, vamos automatizando movimientos y poco a
poco descubrimos que aquello que antes requería una reflexión ahora lo
hacemos instantáneamente, de manera que nuestras manos y nuestros pies
se mueven sin necesidad de que nosotros, conscientemente, les demos las
órdenes oportunas.
No obstante, el automatismo absoluto no
existe (en ocasiones nos enfrentaremos a palabras desconocidas que
provocarán una mínima duda, apenas imperceptible, pero suficiente para
perjudicar nuestra velocidad), aunque el entrenamiento taquigráfico debe
estar orientado sin vacilaciones a su consecución.
Personalmente he experimentado este
proceso en mi entrenamiento para los campeonatos mundiales de
estenotipia y estoy convencido de que gracias al automatismo pude
alcanzar mis objetivos; automatismo que conseguí como consecuencia de un
trabajo constante, sin fisuras y totalmente persuadido de poder
alcanzar mis metas.
2.5.4. El camino a la velocidad y a
la perfección: las gamas taquigráficas
Llegados a este punto el alumno ha
completado su aprendizaje del método taquigráfico y, bien orientado por
su profesor, ha hecho y repetido ya ejercicios de copia y dictado que le
han permitido aplicar dicho método (hasta ahora sin preocuparse por la
velocidad) y leer sin vacilación sus signos taquigráficos. No obstante, y
como ha sido ya expuesto, su automatismo todavía es precario y, en
consecuencia, también lo es su velocidad que, en este punto, dependerá
en gran medida del texto y la naturaleza de las palabras que tenga que
taquigrafiar.
¿Qué velocidad puede desarrollar el
alumno en esta fase de su aprendizaje? Con la lógica cautela que impone
las distintas características de cada uno, lo normal es que el alumno
consiga ahora una velocidad de entre 40 a 60 palabras por minuto
(siempre bien taquigrafiadas y leídas perfectamente). A partir de este
momento debe intervenir en la formación del alumno el ejercicio de las
gamas. Estos ejercicios consisten en dictar textos a una velocidad
progresiva, con un intervalo de diez palabras y por un tiempo no
superior a tres minutos. Por ejemplo, una primera gama puede comprender
tres minutos de dictado siendo la velocidad del primer minuto de 50
palabras, la del segundo de 55 y la del tercero de 60.
Es importantísimo que en esta fase el
alumno siga el dictado sin demasiada dificultad, que no deje ninguna
palabra sin taquigrafiar (no puede haber "saltos"), de manera que el
profesor, en la tarea encomendada al alumno, busque un equilibrio
absoluto entre velocidad y perfección. El alumno tomará al dictado la
primera gama y leerá sus signos en busca de errores. Esta tarea debe ser
realizada concienzudamente, de manera que si el error se produce, el
alumno pueda detectarlo y repetirlo individualmente hasta que dicho
error desaparezca. Simultáneamente deberá traducir la gama de forma que
ningún signo taquigráfico le genere duda o incomprensión.
Finalmente, deberá repetir este dictado
de tres minutos tantas veces como sea necesario hasta que los signos
fluyan automáticamente y sin necesidad de "pensar" en las reglas del
método, es decir, el hábito provocado por la repetición deberá llevar al
alumno al automatismo, de manera que ninguna de las palabras contenidas
en la gama le provoquen la más mínima duda en su ejecución
taquigráfica.
Es cierto que este es un trabajo arduo y
requiere por parte del alumno un gran tesón, sacrificio y fuerza de
voluntad pero, ¿acaso alguien ha dicho que ser taquígrafo es tarea
fácil? Sigamos nuestro camino.
El trabajo del profesor en esta fase es
fundamental. Debe ser él quien establezca las pautas del entrenamiento
taquigráfico en función de las características del alumno, de su
capacidad, de su trabajo, etcétera, de manera que velocidad y perfección
acompañen simultáneamente al alumno. Además, deberá incrementar la
velocidad de las gamas en diez palabras cada vez, pero manteniendo el
tiempo de dictado en tres minutos. Así, hechas ya varias gamas a una
velocidad de cincuenta a sesenta palabras, pasaremos a una velocidad de
sesenta a setenta; posteriormente de setenta a ochenta, y así
sucesivamente hasta alcanzar una velocidad de cien palabras por minuto.
Insisto en que es importante que durante esta fase del entrenamiento el
profesor haya mantenido un equilibrio entre velocidad y perfección, de
manera que el alumno pueda seguir la velocidad requerida sin errores y
pueda traducir perfectamente sus signos. También es importante elegir
bien los textos, variar los contenidos e incorporar el mayor número
posible de nuevas palabras, ya que esto permitirá al alumno
familiarizarse con nuevos vocablos y aplicar bien sus reglas
taquigráficas independientemente de la palabra escuchada.
Al margen de los ejercicios de gamas,
se deberá someter al alumno a ejercicios de dictado libre de mayor
duración (de cinco a diez minutos) a una velocidad siempre inferior a la
de las gamas. De esta forma, al margen de variar el entrenamiento y
hacerlo más dinámico, el alumno podrá comprobar que sus avances no solo
no están basados en la repetición, sino que es justamente gracias a la
repetición y al automatismo como poco a poco va alcanzando sus
objetivos.
2.5.5. Conseguir altas velocidades.
Alcanzar cien o ciento diez palabras
por minuto habrá supuesto un esfuerzo importante por parte del alumno,
pero seguro que habrá alcanzado esta velocidad con progresos más o menos
constantes (es cierto que se sufren altibajos y estancamientos, pero
esta velocidad se alcanza sin mayores dificultades). Ahora bien, ¿dónde
está nuestro límite? ¿Qué velocidad se nos exige? ¿A qué velocidad
queremos llegar?
A medida que la velocidad taquigráfica
aumenta los avances son más lentos. Es lógico. Pasar de ciento diez a
ciento veinte nos costará un poco más; de ciento veinte a ciento treinta
más todavía, y así sucesivamente porque los márgenes de nuestra
capacidad se van reduciendo. No obstante, esto no es óbice para entrenar
sin descanso y confiar en nuestro progreso.
Llegados a este punto mi experiencia me
ha demostrado que si hasta ahora es la perfección la que ha primado
sobre la velocidad, en este momento se debe invertir el proceso de forma
que sea la velocidad la que prime sobre la perfección. Esto quiere
decir que, a partir de una velocidad aproximada de ciento diez palabras
por minuto, incorporaremos en nuestro entrenamiento gamas de velocidad
cuyo último minuto sea dictado siempre a diez palabras más de nuestra
velocidad real. Por ejemplo, si nuestra velocidad real es de ciento diez
palabras, por minuto, incorporaremos en nuestro entrenamiento gamas de
velocidad cuyo último minuto sea dictado siempre a diez palabras más de
nuestra velocidad real. Por ejemplo, si nuestra velocidad real es de
ciento diez palabras, las gamas serán de tres minutos con una velocidad
de ciento diez, ciento quince, ciento veinte palabras cada minuto. serán
de tres minutos con una velocidad de ciento diez, ciento quince, ciento
veinte palabras cada minuto.
Esto va a originar en el alumno
imperfecciones, deformaciones en los signos, saltos en la toma, es
decir, sensación de inseguridad y atropellamiento. No importa. El
taquígrafo, a estas alturas, conoce perfectamente su método y sabe
analizar exactamente por qué se comete el fallo. Gracias a su trabajo
previo, donde ha primado la perfección, conoce dónde y por qué se
produce el error, de forma que no hay riesgo para perder lo aprendido
hasta ahora. El vértigo de la velocidad le hará equivocarse, es cierto,
pero las repeticiones le harán ver que cada vez se equivoca menos, que
su mente se acostumbra poco a poco a una velocidad superior, que
analizar sus errores, provocados por la velocidad y no por la aplicación
imperfecta de su método, le conducen a dominar la gama quizá no la
segunda o la tercera vez, pero si después de quince o veinte
repeticiones. Considero que este camino es mucho más rápido que obligar
al alumno a no equivocarse nunca para, de esta manera, alcanzar
velocidad. Creo que el objetivo se consigue más rápidamente si
potenciamos la velocidad a costa de la perfección porque, si se hace
bien, si se analizan los errores, si se trabajan individualmente y se
razona sobre cuál es su causa, la velocidad aumenta y la perfección se
consigue. Además, ¿qué sensaciones se tienen al trabajar de esta manera?
Tanto personalmente como con mis alumnos he experimentado que si parto
de una velocidad de ciento cuarenta palabras y dicto un minuto a ciento
sesenta la sensación es de atropellamiento, vértigo e imposibilidad para
seguir el dictado; sin embargo, si la velocidad de partida es de ciento
ochenta palabras e inmediatamente después dicto ese mismo minuto a
ciento sesenta, aun siendo el mismo dictado el alumno tiene mejores
sensaciones, ve que el objetivo no está tan lejano y que, aun con
dificultades, podrá aumentar su velocidad. Es decir, llega un momento en
que es más fácil y rápido ir de la velocidad a la perfección que no a
la inversa.
Al margen de lo expuesto hasta ahora,
el alumno deberá continuar con la lectura diaria de sus signos
taquigráficos. Esta es una tarea esencial sin la cual pierde sentido lo
dicho hasta ahora.
Un buen método, un buen profesor, un
buen entrenamiento y una buena condición física y psíquica deben
permitir al alumno alcanzar más de ciento cuarenta palabras por minuto
(ya he comentado que no todos lo conseguirán si sus características
personales no son las adecuadas), pero si nuestras cotas son más
elevadas veremos que cada vez los avances son más lentos y penosos. Pues
bien, no desfallezcamos e incorporemos nuevos ejercicios.
Ya he comentado que las gamas de tres
minutos deben terminar siempre con diez palabras por encima de nuestra
velocidad real. Pero pasar de ciento cuarenta palabras por minuto, quizá
una de las barreras más importantes que deberemos franquear, nos va a
exigir ejercicios complementarios. Esta es mi propuesta:
a) Gamas combinadas de perfección y
velocidad
Estas gamas, también de tres minutos,
acostumbran al alumno a los inevitables cambios de ritmo que se producen
en los debates. Deben empezar veinte palabras por debajo de su
velocidad real y terminar veinte palabras por encima. Así, si nuestra
velocidad es de ciento cuarenta palabras por minuto, las velocidades por
minuto serán de ciento veinte, ciento cuarenta y ciento sesenta.
Evidentemente, el objetivo, mediante la repetición, es la toma completa y
perfecta de cada gama. El alumno se ve obligado a un cambio de ritmo
muy importante que le preparará cuando deba seguir taquigráficamente a
un orador.
b) Gamas de velocidad de un minuto
Consisten en aumentar en veinte
palabras la velocidad del alumno pero manteniéndola únicamente un
minuto. En estos ejercicios el alumno se esforzará al máximo en no dejar
de tomar ni una sola palabra, independientemente de cómo sean sus
signos. A continuación leerá su gama, analizará sus errores, los
taquigrafiará separadamente y volverá a tomar la gama hasta que el
ejercicio se haga correctamente. Por ejemplo, si la velocidad del alumno
es de ciento cuarenta palabras, se le dictará una gama de un minuto a
ciento sesenta palabras. Obligan al alumno a mantener un ritmo alto
durante un corto período de tiempo.
c) Gamas de velocidad de tres
minutos
Consisten en dictar tres minutos que ya
hayan sido dictados en las gamas de velocidad de un minuto, pero
siempre con veinte palabras más que nuestra velocidad real. Siguiendo
con el ejemplo anterior, una gama de este tipo estaría compuesta por
tres minutos a ciento sesenta palabras cada uno. Ayudan al alumno a
aumentar su resistencia frente a las altas velocidades. d) Gamas de velocidad alternativa
Consisten en aumentar y disminuir el
ritmo de dictado durante los tres minutos. Si el alumno tiene una
velocidad de ciento cuarenta palabras por minuto, la gama estaría
compuesta por un primer minuto a ciento cuarenta, un segundo minuto a
ciento sesenta y un tercer minuto a ciento cincuenta. En este caso el
objetivo es alcanzar la velocidad de ciento cincuenta palabras, es
decir, diez más de las que posee el alumno, pero trabajando desde
velocidades superiores, no inferiores.
Además, persistimos en nuestro objetivo
de acostumbrar al alumno a los cambios de ritmo tanto ascendentes como
descendentes (muchas veces estos son los más problemáticos).
e) Gamas de velocidad decreciente
En este caso lo que provocamos en el
alumno es la necesidad de trabajar con velocidades superiores, que
inevitablemente le llevarán al error, sabiendo que terminará a una
velocidad que es la suya, lo que le permitirá potenciar su perfección.
En este caso el primer minuto se dictará a ciento sesenta, el segundo a
ciento cincuenta y el tercero a ciento cuarenta. Insisto en que no es lo
mismo ir de una velocidad inferior a una superior que a la inversa. En
el segundo caso el alumno debe sentirse más seguro para afianzar su
velocidad, que es justamente lo que se pretende con estos ejercicios.
Al margen del entrenamiento de las
gamas, el profesor deberá seleccionar discursos reales pautados en diez
minutos, a velocidades apropiadas (es evidente que no todos los oradores
se expresan a un mismo ritmo) que permitan al alumno enfrentarse a lo
que será su profesión: seguir la palabra a la velocidad con que se
habla. Estos ejercicios deben guardar sintonía con el nivel real del
alumno. Asimismo, el profesor deberá continuar con sus dictados de cinco
o diez minutos y con velocidades también apropiadas de forma que tanto
el alumno como el docente puedan comprobar y analizar avances,
estancamientos, dificultades, etcétera.
2.6. Las abreviaturas: ¿impedimento o
aliadas del taquígrafo?
Es indudable que las abreviaturas
constituyen una herramienta buenísima para alcanzar velocidad, pero
también entrañan un riesgo importante sobre el que hay que advertir, y
es que su uso abusivo y temprano pueden convertirlas en un impedimento
más que en un aliado.
En palabras del taquígrafo don Ricardo
Caballero, la mejor taquigrafía no será la que se componga de signos más
reducidos, sino más bien la que, utilizando mejor el máximo de
movimientos elementales, comprenda los trazos más claros, más precisos,
más legibles, cuya construcción sea la menos complicada, la menos
laboriosa, los signos más aptos para responder lo más rápidamente
posible a la evocación de la memoria visual y de la memoria motriz. Por
esta vía y no por la exagerada reducción de los signos deberá buscarse
el perfeccionamiento de los sistemas.
En ocasiones el alumno, apenas ha
comenzado su práctica taquigráfica, se encuentra con palabras
dificultosas o que requieren un trazo más complicado, ante lo que decide
buscar el "atajo" de la abreviatura, consiguiendo con esto, desde su
punto de vista, evitarse el problema. Nada más lejos de la realidad.
Abreviar una palabra, si no se hace bien, implica alejarse de la raíz
fonética que acompaña a la taquigrafía, de manera que dejamos de lado la
esencia de este arte. En mis clases, al dictar, he descubierto alumnos
haciendo signos creados por ellos mismos sin ningún sentido que no hacen
más que cercenar y limitar lo que en puridad debe ser un avance
constante y sistemático.
Las abreviaturas deben basarse en el
componente fonético de la lengua y las reglas taquigráficas. Además, no
deben limitar el desarrollo de palabras abreviadas con la misma raíz.
Por ejemplo, si abrevio la palabra "mecanografía" debo conseguir que la
propia abreviatura me permita, partiendo de ella, abreviar también otras
palabras que tengan la misma raíz, como mecanógrafo,
mecanográficamente, mecanografiar, etcétera. Esto, que parece una
obviedad, pasa desapercibido para muchísimos alumnos y es un riesgo
sobre el que el profesor debe advertir y, en todo caso, vigilar y
prohibir.
Otro error en el que se cae con
frecuencia es en introducir abreviaturas desde el primer momento en que
uno empieza a aprender taquigrafía. Soy partidario de dejar que el
alumno aprenda completamente el método y solo después de haber terminado
y realizado suficientes ejercicios de copia y dictado introducir
progresivamente las correspondientes abreviaturas. Además, estas deben
limitarse al ámbito específico en el que uno tiene previsto desarrollar
su actividad. Por ejemplo, no es lo mismo el lenguaje parlamentario que
el judicial, o el comercial que el económico. Partiendo de la base de
que un sistema taquigráfico no debe basarse únicamente en la aplicación
de abreviaturas, necesariamente estas deberán limitarse en número y, en
consecuencia, circunscribirlas al ámbito laboral en el que finalmente
nos ocupemos.
2.7. Comentario específico sobre la
estenotipia
El estenotipista, a diferencia del
taquígrafo, necesita de una máquina, de un teclado sobre el que pulsar
y, en consecuencia, su velocidad y su perfección están inexorablemente
vinculadas a un movimiento mecánico diferente del que exige la
taquigrafía. No obstante, considero que lo expuesto hasta ahora,
relativo a sistemas de entrenamiento y técnicas para alcanzar velocidad
y perfección, es perfectamente aplicable al alumno de estenotipia. Sin
embargo, es preciso hacer algunas consideraciones.
Si algo me llama la atención sobre los
métodos de estenotipia que he leído ha sido la poca atención que se
presta a la digitación y a la ergonomía. Una mala posición de manos del
estenotipista únicamente le conducirá a cometer errores y a ser más
lento, a cansancio y frecuentemente a lesiones físicas muy molestas,
como tendinitis o contracturas.
Frecuentemente observo a estenotipistas
cuyas manos forman ángulo con las muñecas (las muñecas suelen estar
"caídas", lo que motiva ese ángulo y que los dedos tiendan a elevarse) o
cuyos antebrazos no están más o menos paralelos al suelo. Además, al
pulsar las teclas y hacer ciertas combinaciones los dedos se "esconden"
debajo de la línea límite que marca el propio teclado y por debajo de la
cual nunca deben asomarse. Asimismo, muchos estenotipistas permiten que
sus muñecas se abran hacia el exterior, cayendo sobre los laterales de
la máquina y ocasionando que mientras los meñiques prácticamente apoyan
en el teclado, los índices se levantan uno o dos centímetros respecto de
las teclas que deben pulsar, ocasionando una pérdida de velocidad
considerable. Otro error muy frecuente entre quienes practican
estenotipia es colocarse la máquina demasiado alta o demasiado baja. El
estenotipista debe ajustar la altura de la máquina de manera que los
antebrazos estén casi paralelos al suelo, con una leve tendencia hacia
abajo, buscando la máquina, sin forzar ángulo en la muñeca y permitiendo
que los dedos se posicionen en el teclado de forma natural, sin forzar
ninguna posición.
Estos son solo unos breves comentarios
sobre cuestiones que el profesor debe conocer y corregir en sus alumnos
desde el principio, ya que una mala posición ante el teclado es sinónimo
de dificultades y, en consecuencia, un elemento que nos impedirá llegar
a donde nos hemos propuesto.
2.8. Concursos taquigráficos
La taquigrafía es una técnica que se
presta a la competición. De hecho, hasta algún emperador romano,
aficionado a este arte, retaba a los taquígrafos de la época para
dilucidar quién era capaz de tomar la palabra a más velocidad.
En la actualidad, la Federación
Internacional de Mecanografía y Taquigrafía (Intersteno) sigue
organizando cada dos años campeonatos mundiales que sirven de estímulo a
los más avezados taquígrafos y estenotipistas del mundo. La preparación
de un campeonato mundial de estas características exige, en resumen, lo
que ya se ha expuesto: entrenamiento duro y sistemático, análisis
continuo de errores, estudio profundo del método taquigráfico y, sobre
todo, voluntad, confianza y mentalidad positiva para alcanzar los
objetivos que cada uno se proponga. Baste señalar que en estos
certámenes se dictan quince minutos y la velocidad máxima puede alcanzar
hasta las 220 palabras por minuto (consultar página
www.intersteno.org).
2.9. Conclusiones
Mucho se ha discutido sobre si la
taquigrafía es un arte, una ciencia o ambas cosas a la vez. Para mí es,
simplemente -y no es poco-, la técnica que me ha permitido realizarme
desde el punto de vista profesional y que me motiva lo suficiente como
para darme cuenta de que cada día aprendo algo nuevo y que, por lo
tanto, seguiré siendo un aprendiz permanente porque el objetivo de
dominar este arte-ciencia-técnica-profesión no tiene fin. Cada día
surgen nuevas palabras que hay que automatizar, nuevos debates sobre
materias desconocidas, oradores peculiares en su forma de expresarse y
componer sus discursos, es decir, nuevos retos a los que el
taquígrafo-estenotipista debe dar cumplida respuesta si realmente se
considera, y quiere que le consideren, un buen profesional.
El taquígrafo actual, o el que pretenda
serlo, debe ser consciente de su condición de depositario de un legado
profesional al que muchas personas, taquígrafos excelentes, se
entregaron con auténtica pasión y se esforzaron tanto por mejorar lo que
ellos aprendieron como por enseñar a otras generaciones el conocimiento
que fueron acumulando a lo largo de su vida. En homenaje a todos ellos
valgan estas palabras, con las que me siento totalmente identificado, de
don Eduardo García Bote, taquígrafo del Congreso de los Diputados de
España:
"El taquígrafo trabaja con todas sus
potencias y sentidos; descompone cada palabra en sus sonidos
elementales; traza los signos correspondientes; divide la atención entre
lo que oye, lo que escribe y lo que luego traducirá; reproduce todo lo
que ha oído; lo que no ha oído, lo adivina; lo que no puede adivinar, lo
suple; y en la aparente sencillez de su tarea vibra todo su ser porque,
para ejecutarla debidamente en la fase analítica que realiza a
presencia del que perora, necesita agudeza sensitiva, viveza de
imaginación, percepción clara de la idea, memoria repentina de los
signos, expedición material.
Los oradores no dan el discurso hecho,
sino los elementos para hacerlo, y el taquígrafo labora activamente con
ellos: resume lo que es difuso, aclara y amplifica lo que es oscuro y
compendioso, da brillo a la imagen que salió muy deslucida, rectifica un
error técnico, completa la frase que quedó sin concluir, sustituye
adverbios y adjetivos por otros más adecuados: limpia, fija y da
esplendor.”
3. REFERENCIAS
CABALLERO, R. Método y ejercicios para la
adquisición de la velocidad taquigráfica. Madrid: Imprenta de González y
Jiménez, 1917.
DE PAULA MARTÍ, F. Taquigrafía castellana.
Madrid: Imprenta nacional, 1821.
FLOREZ DE PANDO, G. Tratado
teórico-práctico de taquigrafía. Madrid: Imprenta de Manuel G.
Hernández, 1872
GARCÍA BOTE, E. Estenografía estatigráfica.
Madrid: La artística universal, 1915.
LIÉBANA RAMÍREZ, A. Curso
de mecanografía. Madrid: Libris, 1933.
OWEN, Margarita. La
velocidad en mecanografía. Barcelona: Gustavo Gili, 1928.
SOTO DE
GANGOITI, J. Tratado de taquigrafía. Madrid: Editorial Reus, 1934.
Hola La verdad es que he encontrado este artículo muy interesante, las gamas, el automatismo, la perfección, etc. Aunque en principio hay pocas cosas que tengan relación con la mecanografía, para mí hay especialmente muchas. Me dedico a la mecanografía / dactilografía desde hace ya bastantes años, tengo una media de 670-690 ppm, dependiendo del texto, en ejercicios de 10-15 minutos. A día de hoy sigo sintiendo que voy mejorando, aunque pienso que podría hacerlo muchísimo más rápido. Mi meta es poder llegar al nivel de velocidad y perfección de Javier (822 ppm) y para ello me gustaría que alguien con más nivel que yo compartiera un poco de sus vivencias en esta arte-ciencia-técnica-profesión. Un saludo